Ucrania ha ejecutado el ataque con drones más ambicioso y profundo desde el inicio de la guerra, alcanzando múltiples bases aéreas rusas en Siberia y destruyendo al menos 40 aeronaves, incluidos bombarderos estratégicos y sistemas de vigilancia aérea. El operativo, confirmado por fuentes de inteligencia ucranianas y reportado por medios internacionales, representa un golpe significativo a la capacidad aérea rusa en plena escalada del conflicto.
La operación, apodada “Tela de Araña” por el Servicio de Seguridad de Ucrania (SBU), implicó una planificación logística de más de un año. De acuerdo con fuentes de The Washington Post, los drones fueron infiltrados en territorio ruso ocultos en camiones modificados. Una vez cerca de los aeródromos, fueron desplegados en trayectos cortos para evadir los sistemas antiaéreos rusos.
Los ataques se dirigieron contra instalaciones clave como las bases de Diaguilevo, Olenya, Belaya e Ivánovo. En estas se albergaban aviones Tu-95 y Tu-22, utilizados para lanzar misiles crucero de largo alcance sobre Ucrania, así como radares aéreos tipo A-50. La magnitud de las pérdidas ha sido reconocida por fuentes militares rusas bajo condición de anonimato, aunque Moscú oficialmente minimizó el impacto.
El Ministerio de Defensa ruso calificó los hechos como un “acto de terrorismo transnacional” y anunció la detención de presuntos colaboradores dentro del país. Mientras tanto, medios oficiales difundieron imágenes de incendios en hangares y aviones dañados, confirmando la dimensión del ataque sin detallar bajas humanas.
Este operativo coincide con un nuevo intento de negociación entre representantes rusos y ucranianos en Estambul, bajo mediación turca. La acción podría cambiar el tono de las conversaciones, elevando el costo político y militar para el Kremlin en momentos de presión internacional. Al mismo tiempo, Kiev busca reforzar su imagen como potencia militar en resistencia.
Más allá del daño material, el ataque marca un punto de inflexión estratégico. Ucrania ha demostrado capacidad para atacar infraestructura clave a más de 4.000 kilómetros de su frontera, lo que obligará a Rusia a redistribuir defensas y repensar su estrategia de largo alcance. El equilibrio del conflicto entra ahora en una fase más incierta y peligrosa.