La escena política argentina se reconfigura en un escenario de extrema polarización, donde la histórica «ancha avenida del medio» parece desdibujarse. La búsqueda de un espacio político de centro, capaz de erigirse como una alternativa viable frente a los dos polos dominantes —el oficialismo de La Libertad Avanza (LLA) y el peronismo—, enfrenta una fragmentación sin precedentes. Los intentos de crear una coalición unificada, similar a la extinta Juntos por el Cambio, han fracasado estrepitosamente, dejando a sus principales referentes sumidos en reproches y estrategias individuales que desdibujan cualquier posibilidad de unidad.
En este contexto de reordenamiento de fuerzas, figuras como Facundo Manes, Horacio Rodríguez Larreta, Martín Lousteau y Elisa Carrió no lograron trascender sus diferencias. Las negociaciones a puerta cerrada, que alguna vez parecieron prometedoras, se desvanecieron ante la falta de confianza mutua y la primacía de los intereses personales. Los pactos que se rompieron a último minuto y la presentación de múltiples listas por separado, tanto en la provincia de Buenos Aires como en la Capital Federal, evidencian la incapacidad de la dirigencia para construir un proyecto colectivo. Esta dispersión de candidaturas, más que fortalecerlos, diluye su caudal electoral y los relega a un rol secundario en la disputa nacional.
Los acuerdos fallidos también se extendieron a otros sectores, como los gobernadores que intentaron agruparse en «Provincias Unidas», una iniciativa que buscaba articular un espacio de poder regional. Sin embargo, la alianza no prosperó, y varios mandatarios provinciales optaron por presentar sus propias propuestas, fragmentando aún más el voto que no se siente representado por ninguno de los dos bloques mayoritarios. Esta desunión no solo se manifiesta en la cúpula, sino que se irradia por todo el sistema político, dejando al electorado sin una alternativa sólida y creíble en el espectro del centro.
Expertos en análisis político señalan que esta atomización beneficia directamente a la polarización. Al no existir una tercera fuerza potente, el voto se canaliza inevitablemente hacia los extremos. La narrativa de la grieta, que confronta de manera irreductible al oficialismo y al peronismo, se fortalece con cada nuevo fracaso del centro por unificarse. Los votantes, al no encontrar una opción que los represente plenamente, terminan por elegir al «menos malo» entre las dos propuestas predominantes, perpetuando así un ciclo de confrontación política.
La situación actual se ha tornado un calvario para aquellos que, desde el centro, intentan articular una agenda de moderación y consenso. El desgaste interno, las disputas de poder y la falta de liderazgo han transformado a este espacio en un terreno de confrontación constante en lugar de una plataforma de convergencia. La ausencia de un proyecto común y la tendencia a privilegiar las carreras personales por sobre los objetivos colectivos han erosionado la credibilidad de sus referentes, dejándolos en una posición de debilidad frente a un electorado cada vez más exigente.
De cara al futuro, el panorama para el espacio de centro es incierto. Si bien la polarización podría eventualmente generar un hartazgo en la sociedad, la falta de una alternativa robusta podría llevar a una mayor apatía política. La reconstrucción de una fuerza de centro en Argentina requerirá de una autocrítica profunda, la capacidad de los líderes para dejar de lado las diferencias personales y la construcción de una propuesta que responda a las necesidades de la ciudadanía, más allá de la confrontación ideológica.