El peronismo ha elegido la máxima confrontación como única vía para consolidar su electorado a menos de una semana de los comicios. La estrategia es clara: unificar el voto opositor presentándose como el único y necesario freno ante las políticas liberales del Gobierno, especialmente en un contexto de inflación persistente y caída del poder adquisitivo. Esta polarización busca capitalizar cada crítica y cada error de la gestión actual.
Detrás de la retórica electoral, el moderado optimismo en las filas peronistas se basa en la expectativa de que el voto de castigo al Gobierno se traduzca en una mejora significativa de sus bancas en el Congreso. Lograr un bloque opositor con peso suficiente es vital para el peronismo, ya que le permitiría ejercer un bloqueo efectivo sobre las leyes de reforma que el oficialismo intentará imponer en 2026.
La elección no solo se juega en las urnas, sino también en la calle, con el peronismo presionando sobre la agenda social y utilizando las fallas en la gestión de servicios básicos y en la distribución de la ayuda social como plataforma política. La principal meta es demostrar que el ajuste del gobierno de La Libertad Avanza está generando una crisis de la que solo el peronismo puede ser el garante de la salida.
Este panorama deja claro que, gane o pierda el oficialismo, el clima de alta tensión y la dificultad para aprobar leyes seguirán siendo la norma. El peronismo buscará convertir cualquier revés electoral en una oportunidad para forzar negociaciones y torcer el rumbo de las políticas de desregulación y privatización que promueve la Casa Rosada.















