En un acto con sus seguidores, el presidente Javier Milei realizó una llamativa comparación con el expresidente Fernando de la Rúa, pero en un tono desafiante, asegurando que su gobierno no será detenido. La referencia al exmandatario radical, que debió abandonar el poder en medio de una profunda crisis social y económica en 2001, no pasó desapercibida, generando un debate sobre la viabilidad del proyecto libertario en un contexto de creciente conflictividad y desafíos económicos. Para el presidente, la comparación no es un signo de debilidad, sino una advertencia a quienes, según él, intentan frenar su agenda de reformas. «No van a poder frenar el cambio», sentenció.
La comparación con De la Rúa se produce en un momento de alta tensión política, con la oposición avanzando en proyectos legislativos que buscan limitar los DNU y con una economía que, si bien muestra signos de desaceleración de la inflación, también enfrenta el fantasma de la recesión. El jefe de Estado, en su característico estilo, responsabilizó a la «casta» por los problemas del país y aseguró que los «enemigos del cambio» buscan desestabilizarlo. Esta retórica, que ha sido un pilar de su campaña, se ha intensificado en los último días ante la creciente presión de sectores sindicales, políticos y sociales.
Sin embargo, para muchos analistas, la analogía con el gobierno de la Alianza es, al menos, arriesgada. A diferencia de De la Rúa, que llegó al poder con un fuerte respaldo político y legislativo, Milei tiene un Congreso dividido y una base de apoyo mucho más frágil. Además, el contexto económico es radicalmente distinto. El exmandatario radical luchaba contra la convertibilidad y la falta de financiamiento externo, mientras que Milei busca desarmar la «bomba de pesos» y revertir años de déficit fiscal. A pesar de las diferencias, la comparación del presidente puede ser vista como un intento de victimizarse y de construir un relato épico de su lucha contra las fuerzas que se oponen a su proyecto.
En este sentido, la decisión de Milei de redoblar la apuesta y no ceder en sus posturas radicales se presenta como una jugada arriesgada pero consistente con su estilo de liderazgo. El presidente parece convencido de que la única manera de sortear las dificultades es profundizando el modelo y confrontando a sus adversarios. Esta estrategia, aunque efectiva para mantener a su base de votantes movilizada, podría alejar a los sectores moderados y dificultar la construcción de los consensos necesarios para que las reformas estructurales se sostengan en el tiempo.
El futuro del Gobierno de Milei dependerá en gran medida de su capacidad para traducir su ímpetu confrontativo en resultados tangibles para la gente. Si la economía no logra recuperarse y el ajuste se torna insoportable para la mayoría, la paciencia social podría agotarse. Si, por el contrario, logra estabilizar la economía y generar un horizonte de crecimiento, la comparación con De la Rúa quedará en el anecdotario. La historia reciente de la Argentina ha demostrado que la política no perdona a los gobiernos que fracasan en su intento de mejorar la calidad de vida de los ciudadanos.
El desafío de Javier Milei es monumental: gobernar con un apoyo político limitado, sin mayoría en el Congreso y en un contexto de alta conflictividad social. La referencia a De la Rúa puede ser una señal de que el presidente es consciente de los riesgos que enfrenta, pero también una reafirmación de su convicción de que el cambio es irreversible. La pregunta que queda flotando es si su determinación será suficiente para superar los obstáculos que se avecinan o si, por el contrario, la historia se encargará de demostrar que la política, al igual que la economía, requiere de consensos y no solo de voluntades.