Argentina, 17 de agosto de 2025 – La reciente crisis por la aparición de fentanilo contaminado en el mercado ilegal ha forzado un cambio de paradigma en la política antidrogas del gobierno, reabriendo un debate que confronta a las estrategias de seguridad con las de salud pública. Este trágico suceso no solo ha encendido las alarmas sanitarias, sino que ha puesto en evidencia la fragilidad de los sistemas de control y prevención, obligando a las autoridades a reconsiderar su enfoque ante el consumo de sustancias psicoactivas. El incidente, que ha provocado muertes y hospitalizaciones, ha redefinido el problema de las drogas no solo como una cuestión de seguridad, sino como una emergencia de salud pública que requiere una respuesta integral.
El giro del gobierno se ha manifestado en una mayor articulación entre los ministerios de Seguridad y de Salud, reconociendo que la lucha contra el narcotráfico debe ir de la mano con la atención a los adictos. Fuentes gubernamentales han confirmado que se intensificarán los operativos para desmantelar las redes de distribución de fentanilo, pero al mismo tiempo se fortalecerán los programas de reducción de daños y de acceso a la salud mental. Este enfoque dual busca atacar tanto la oferta como la demanda, un cambio significativo respecto a posturas más punitivas.
Expertos en adicciones y políticas públicas han aplaudido el cambio, señalando que el modelo de «guerra contra las drogas» ha demostrado ser ineficaz y contraproducente. «El fentanilo nos obliga a ver la realidad tal como es: la adicción es una enfermedad y la prohibición total no funciona», sostiene el Dr. Juan Pablo Sánchez, director de una ONG especializada en reducción de daños. «La prioridad debe ser salvar vidas, y eso implica no solo perseguir a los traficantes, sino también brindar apoyo a quienes consumen y están en riesgo».
La crisis ha tenido un impacto político significativo, especialmente en la oposición. El kirchnerismo, que en su momento fue criticado por un enfoque más laxo en materia de seguridad, ha encontrado en este tema una oportunidad para cuestionar la eficacia de las políticas actuales. Los dirigentes opositores han utilizado el incidente para argumentar que la falta de un Estado presente y la ausencia de programas sociales robustos han permitido la proliferación de estas sustancias. El debate se ha polarizado entre quienes sostienen que la respuesta debe ser puramente represiva y quienes abogan por un enfoque más humano y social.
A nivel internacional, la crisis del fentanilo ha sido objeto de análisis por su similitud con la epidemia que azota a Estados Unidos. La situación argentina, si bien no ha alcanzado las mismas dimensiones, sirve como una advertencia sobre la facilidad con la que estas sustancias sintéticas pueden infiltrarse en el mercado negro, con consecuencias devastadoras. La cooperación con otros países para compartir información y estrategias de control se ha vuelto una prioridad.
En un futuro cercano, se espera que el gobierno presente un plan nacional de lucha contra el fentanilo que combine la acción policial con campañas de concientización y la ampliación de los centros de tratamiento. La tragedia ha servido como un catalizador para un debate largamente postergado sobre la necesidad de una política de drogas más sofisticada y adaptada a las nuevas realidades del consumo. El impacto en el kirchnerismo, por su parte, podría redefinir su postura en materia de seguridad y salud, y llevar a una competencia política no solo sobre quién es más duro con el delito, sino sobre quién es más efectivo y humano en la gestión de una crisis de salud pública.