La tensión comercial entre Estados Unidos y Brasil podría escalar significativamente si el expresidente Donald Trump regresa a la Casa Blanca. Fuentes cercanas a su campaña han revelado que Trump estaría analizando una estrategia de reciprocidad arancelaria, contemplando un aumento de los gravámenes a productos brasileños cada vez que la administración de Luiz Inácio Lula da Silva decida incrementar los suyos sobre bienes estadounidenses. Esta postura marca una potencial reactivación de las políticas proteccionistas que caracterizaron su primer mandato, con implicaciones directas para las relaciones bilaterales y el comercio global.
La propuesta de Trump se enmarca en su visión de «Estados Unidos Primero», donde la renegociación de acuerdos comerciales y la imposición de aranceles son herramientas clave para proteger la industria y el empleo doméstico. Durante su anterior presidencia, las tarifas aduaneras fueron un pilar de su política exterior, generando fricciones con socios comerciales de la talla de China y la Unión Europea. La posibilidad de replicar este enfoque con Brasil, uno de los principales socios comerciales de EE. UU. en América Latina, introduce un nuevo elemento de incertidumbre en el panorama económico regional.
Analistas de comercio internacional advierten que una guerra de aranceles entre dos de las economías más grandes del continente podría tener repercusiones negativas para ambos países. Sectores exportadores en Brasil, como el agroindustrial y el de materias primas, podrían ver reducida su competitividad en el mercado estadounidense, mientras que los consumidores en EE. UU. podrían enfrentar precios más altos en productos importados. Además, la medida podría desincentivar la inversión extranjera directa y generar una contracción del intercambio bilateral.
Desde el ámbito político brasileño, aunque no ha habido una declaración oficial directa sobre esta posibilidad, el gobierno de Lula da Silva ha defendido en ocasiones anteriores la soberanía económica y la necesidad de proteger ciertas industrias nacionales, lo que podría implicar la aplicación de aranceles en sectores estratégicos. La interdependencia económica entre ambos países, con un flujo comercial que abarca desde productos agrícolas hasta manufacturas de alta tecnología, hace que cualquier movimiento en este tablero tenga efectos dominó.
Expertos del Consejo de Relaciones Exteriores de EE. UU. señalan que este tipo de amenazas, incluso antes de una elección, buscan enviar una señal clara a los socios comerciales sobre la futura dirección de la política exterior. La estrategia no solo busca proteger los intereses económicos estadounidenses, sino también presionar a otros países para que adapten sus políticas comerciales a las directrices de Washington, en lo que podría ser una nueva era de negociaciones bilaterales bajo el prisma del proteccionismo.
La materialización de esta política arancelaria dependerá, por supuesto, del resultado de las próximas elecciones presidenciales en Estados Unidos. Sin embargo, la sola mención de esta posibilidad ya genera inquietud en los mercados y en los círculos diplomáticos. La proyección a futuro apunta a un escenario donde las relaciones comerciales internacionales podrían volverse más volátiles y sujetas a negociaciones más duras, con la potencial reconfiguración de las cadenas de suministro globales y un renovado énfasis en la autosuficiencia nacional.