El vínculo entre el Gobierno nacional, encabezado por el presidente Javier Milei, y los gobernadores provinciales atraviesa un punto de máxima fragilidad, exponiendo una grieta política y fiscal que se agudiza de cara al recambio legislativo de octubre. El malestar, manifestado en encuentros federales recientes, trasciende las diferencias partidarias y se centra en la exigencia de una revisión urgente de la política de recursos coparticipables y el rol de funcionarios clave en la coordinación con las provincias. Este quiebre en la relación institucional amenaza la gobernabilidad y la posibilidad de avanzar en la agenda de reformas estructurales promovida por el Ejecutivo.
La tensión se hizo palpable durante un evento en Bariloche, donde un grupo significativo de mandatarios provinciales –sin distinción de sello político– mostró reparos a reunirse con el Gobierno a pesar del reciente respaldo del Tesoro de Estados Unidos a la gestión de Milei. El apoyo internacional, que el Ejecutivo buscaba capitalizar como un espaldarazo a su plan económico, no logró calmar las aguas provinciales, que reclaman mayor cintura política y federalismo fiscal. El principal foco de críticas se dirigió al rol de interlocutores clave de la Casa Rosada, como Lisandro Catalán, cuya gestión es percibida como insuficiente para canalizar los reclamos de las jurisdicciones.
Uno de los ejes centrales del reclamo de los gobernadores es la distribución de los Aportes del Tesoro Nacional (ATN), un flujo de fondos discrecional que se ha convertido en el principal punto de disputa en los últimos dos años. Las provincias exigen una asignación más previsible y equitativa, temiendo un veto particular del Presidente que limite aún más la ya ajustada caja provincial. Según fuentes cercanas a los líderes provinciales, la mejora de la relación y el avance en una mesa de diálogo federal post-electoral estarán condicionados a la apertura de la Casa Rosada en este aspecto.
La falta de una estrategia conjunta consolidada entre los gobernadores para plantarse ante el Gobierno ha sido una debilidad, pero el resultado de la elección de octubre se perfila como el catalizador que podría resolver las diferencias internas y fortalecer una posición unificada. Dirigentes como Alfredo Cornejo, Rogelio Frigerio y Leandro Zdero participaron de las primeras mesas de diálogo federal, buscando un equilibrio entre la necesidad de colaboración y la defensa de los intereses provinciales ante un Ejecutivo que prioriza la disciplina fiscal.
El espacio denominado Provincias Unidas, que busca captar el voto moderado, ha endurecido sus críticas a la gestión de Milei en las últimas semanas, reflejando el creciente hartazgo de las administraciones subnacionales ante la centralización de decisiones y la escasez de recursos. De fondo, subyace la preocupación por el impacto social de las políticas de ajuste y la necesidad de contar con fondos para sostener servicios básicos en un contexto económico de alta volatilidad. El reclamo se enmarca en la necesidad de asegurar la viabilidad financiera de las provincias para mantener el funcionamiento de áreas sensibles como salud y educación.
El escenario político post-octubre será crucial para determinar si la debilidad del vínculo se transforma en una crisis institucional abierta o si el Gobierno logra reconducir el diálogo. La posibilidad de un «pacto de gobernabilidad» estará directamente atada a la voluntad del Presidente de flexibilizar la postura fiscal y de designar interlocutores con mayor capacidad de negociación. La lectura de los resultados electorales, según el gobernador de Río Negro, Alberto Weretilneck, aportará la claridad necesaria sobre «lo que los argentinos quieren de su país», un mandato que forzará a ambas partes a redefinir sus prioridades en la búsqueda de consensos duraderos.