La ausencia de Cristina Kirchner de los encuentros clave del Partido Justicialista (PJ) simboliza la profunda división que persiste en el seno del peronismo, a pesar de los esfuerzos por proyectar una imagen de unidad. Mientras los legisladores trabajan en estrategias parlamentarias, la figura de la «proscripción» y la tensión entre facciones internas, como el kirchnerismo y el kicilofismo, dificultan una cohesión real que trascienda la mera fotografía.
Desde el inicio de las reuniones y debates en el PJ, el asiento de Cristina Kirchner ha permanecido vacante, convirtiéndose en un potente símbolo de su distancia de la estructura partidaria formal y, para sus seguidores, de una supuesta «proscripción» política. Esta ausencia, aunque física, tiene un peso significativo en las dinámicas internas del movimiento.
Si bien el senador José Mayans ha asumido la presidencia del partido en funciones, evitando el título formal de «presidente», esta situación subraya la complejidad de la sucesión y el liderazgo dentro del peronismo. La dificultad para llenar ese espacio no solo es formal, sino que también refleja la ausencia de una figura que aglutine a todas las vertientes con la autoridad que alguna vez ostentó la ex mandataria.
A pesar de las intenciones de mostrar un frente unificado a través de comunicados y encuentros protocolares, la realidad de las negociaciones internas revela profundas fisuras. Las diferencias entre las alas más cercanas al kirchnerismo y aquellas que responden a la figura de Axel Kicillof son patentes, afectando la coordinación de estrategias y la construcción de un discurso coherente frente a la sociedad.
En este complejo escenario, el rol del sindicalismo se observa con una marcada distancia. La Confederación General del Trabajo (CGT), una fuerza tradicionalmente influyente dentro del peronismo, parece priorizar la gestión de los programas sociales y la estabilidad financiera de los mismos sobre la situación judicial o política de Cristina Kirchner. Esto indica un pragmatismo enfocado en las demandas de sus bases, más que en la interna partidaria.
La actual dinámica del peronismo sugiere que, aunque la necesidad de unidad es un imperativo ante el escenario político, las divisiones internas y la falta de un liderazgo unificador consolidado representan un desafío considerable. El sindicalismo, al margen de la centralidad, añade una capa de complejidad a la articulación de un frente común, dejando al movimiento en una búsqueda constante de cohesión, con la «silla vacía» como un recordatorio persistente de sus dilemas.