La historia del Papa Francisco y su amor inquebrantable por San Lorenzo de Almagro, su club de fútbol de toda la vida, es un testimonio conmovedor de la pasión y lealtad que trascendió su rol como líder religioso. Desde su infancia, cuando acompañaba a su padre a los partidos del club en el viejo Gasómetro, hasta su papado, el Ciclón fue un elemento central en su vida.
Incluso tras su elección como Pontífice, Francisco no dejó de ser socio del club, y mantenía contacto con sus allegados para seguir el desempeño del equipo. En una entrevista, el Papa confesó que no veía televisión desde 1990, pero que le pedía a un guardia suizo que le trajera los resultados del partido. En 2014, cuando San Lorenzo ganó la Copa Libertadores, el Papa recibió a los jugadores y directivos del club, quienes le entregaron una réplica del trofeo y una camiseta con su imagen.
Este vínculo con San Lorenzo no solo fue simbólico, sino también personal. Recordó con cariño al gran ídolo de la institución, René Pontoni, y en 2009, como arzobispo de Buenos Aires, visitó la pensión del club para administrar el sacramento de la Confirmación a los juveniles, entre los que se encontraba Ángel Correa, quien luego formó parte del plantel campeón de la Libertadores 2014.
Para los fanáticos del Ciclón y para los amantes del fútbol, la famosa frase de Francisco, “Que gane San Lorenzo”, se ha convertido en un legado imborrable. Esta devoción, que comenzó en su niñez y lo acompañó a lo largo de toda su vida, es un reflejo de su profunda humanidad y de cómo, a pesar de su enorme rol religioso, nunca perdió su esencia de hincha y su conexión con sus raíces.