Una profunda fisura atraviesa la cúpula de la Confederación General del Trabajo (CGT), amenazando con desestabilizar el ya complejo escenario político y social argentino. La Unión Obrera Metalúrgica (UOM), liderada por Abel Furlán, ha encendido la mecha al exigir un debate urgente sobre un plan de lucha contundente contra las políticas de ajuste económico implementadas por el gobierno y lo que considera la «proscripción» política de la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Esta postura choca de frente con sectores más conciliadores dentro de la central obrera.
El epicentro del conflicto se sitúa en la divergencia de estrategias frente al Poder Ejecutivo. Mientras una facción, con la UOM a la cabeza, aboga por una confrontación directa y la movilización masiva, otros dirigentes gremiales prefieren mantener canales de diálogo y evitar una escalada que pueda derivar en un desgaste innecesario. Esta disparidad ideológica y táctica ha sido un factor recurrente en la historia de la CGT, pero se agudiza en el actual contexto de recesión y alta inflación.
La demanda de la UOM no es menor. Abel Furlán ha planteado la necesidad de un «plan de acción sostenido y escalonado», que incluya paros y movilizaciones, como respuesta al impacto del ajuste en los salarios y el empleo. Este pedido pone en una encrucijada a la conducción de la CGT, que intenta preservar una unidad frágil, permitiendo a los gremios decidir individualmente sobre su participación en eventos vinculados a la figura de Cristina Kirchner.
La discusión sobre la «proscripción» de la ex vicepresidenta añade una capa adicional de complejidad al debate interno. Para el sector más combativo, la situación de Fernández de Kirchner es un símbolo de una ofensiva mayor contra el peronismo y los derechos laborales. Sin embargo, otros referentes sindicales, arrastrando viejas rencillas con el kirchnerismo, muestran reticencia a encolumnarse detrás de esta bandera, lo que evidencia la heterogeneidad de intereses y lealtades dentro de la central.
Esta coyuntura de conflicto interno tendrá un impacto significativo en el próximo congreso de la CGT, donde se definirá la nueva conducción. La pulseada entre las distintas vertientes no solo determinará el liderazgo de la central obrera, sino también la orientación de su estrategia frente al gobierno y su capacidad de articular una respuesta unificada a las demandas de los trabajadores. La fragmentación podría debilitar la capacidad de negociación del movimiento obrero en un momento crítico.
El estallido de esta disputa interna en la CGT subraya la profunda polarización que atraviesa la política argentina. La capacidad de los líderes sindicales para forjar consensos y definir un rumbo claro será determinante para la efectividad de las acciones gremiales y para el rol que jugará el sindicalismo en el futuro próximo, en un escenario de creciente presión económica y política.