El Senado de la Nación asestó un duro golpe político al Poder Ejecutivo al rechazar con una contundente mayoría los vetos del presidente Javier Milei a dos leyes cruciales: la de Emergencia Pediátrica (conocida como Ley Garrahan) y la de Financiamiento Universitario. Con esta acción, que replica lo ya decidido en la Cámara de Diputados, ambas normativas quedan promulgadas de forma definitiva, obligando al Gobierno a destinar fondos incrementales para estos sectores. El resultado, con 59 votos para insistir con el Garrahan y 58 para la ley universitaria, evidencia la creciente dificultad del oficialismo para imponer su agenda de ajuste fiscal en el Congreso, priorizando la salud y la educación sobre el equilibrio de las cuentas.
El debate en la Cámara Alta se centró en la colisión de principios entre la necesidad de austeridad fiscal pregonada por el Gobierno y la protección de servicios públicos esenciales. Los senadores opositores, incluyendo a bloques peronistas, radicales y provinciales, argumentaron que el desfinanciamiento de áreas tan sensibles como la salud pediátrica y la educación superior hipoteca el futuro del país y genera perjuicios directos a la población más vulnerable. Las leyes insistidas establecen, entre otros puntos, la actualización de partidas por Índice de Precios al Consumidor (IPC), un mecanismo que el Ejecutivo considera una amenaza a su meta de déficit cero.
El veto presidencial, que afecta tanto al Hospital Garrahan –centro de referencia nacional en pediatría de alta complejidad– como a las universidades nacionales, fue defendido por los legisladores de La Libertad Avanza bajo el argumento de la «irresponsabilidad fiscal». Sostuvieron que el Congreso «pretende impulsar una medida que, bajo la apariencia de defender una causa noble, genera un aumento desmedido e irresponsable del gasto público», citando la Oficina de Presupuesto del Congreso (OPC), que estimó un «impacto fiscal» significativo para el segundo semestre.
Sin embargo, los senadores opositores replicaron que el desfinanciamiento ya ha provocado el deterioro de la infraestructura hospitalaria, la deserción de profesionales en el sector salud y dificultades en las casas de estudio para afrontar servicios básicos y garantizar el normal dictado de clases. Senadores como el radical Maximiliano Abad enfatizaron que ninguna política pública tiene sentido si no prioriza la educación, mientras que otros, como José Mayans (Unidad Ciudadana), criticaron duramente la lógica de ajuste, señalando que el Gobierno «prioriza las matemáticas y no entiende cómo hacer para equilibrar las cuentas públicas y no dejar a la deriva a sectores vulnerables».
Desde el plano social, el rechazo a los vetos llega en un contexto de intensa movilización. Los trabajadores del Hospital Garrahan realizaron un paro y una movilización frente al Congreso en rechazo al veto, sumando su voz al reclamo universitario que desde hace meses exige una recomposición de las partidas. Este componente social ha sido determinante, ya que la presión de la calle y de los gremios ha reforzado la posición de la oposición en el Legislativo.
La implicancia política de esta derrota es mayúscula. Al ser el tercer veto presidencial rechazado por el Congreso en el año (tras la ley de discapacidad), se consolida un patrón de debilidad legislativa para el oficialismo, obligándolo a negociar de manera más activa para evitar nuevas derrotas. Expertos en derecho constitucional señalan que, si bien el Ejecutivo podría dilatar la reglamentación o el giro de fondos, la ratificación por dos tercios le da a las leyes una firmeza institucional que refuerza la división de poderes y la potestad del Congreso para intervenir en la asignación presupuestaria de áreas críticas.
En la proyección futura, la expectativa se centra en la respuesta del Poder Ejecutivo. Dada la reticencia previa a acatar leyes restauradas, existe el riesgo de que el Gobierno intente demorar la aplicación efectiva de las normas, iniciando una nueva disputa de orden legal y administrativo. No obstante, el veredicto del Congreso es claro: se exige la plena vigencia de la Ley Garrahan y el Financiamiento Universitario, marcando una línea roja que la mayoría parlamentaria no está dispuesta a ceder en temas de salud y educación.